Ni una carretera, ni una calle

Reportaje

En España existen 15.000 kilómetros de travesías.

Hoy tenemos una moderna red de autovías y de autopistas que transcurren lejos de los núcleos de población y que facilitan y agilizan la movilidad de personas y el intercambio de todo tipo de bienes y mercancías. Pero no hace tanto tiempo que las principales carreteras de nuestro país discurrían por el casco urbano de todas las ciudades, convirtiendo a las «travesías» en un eje alrededor del cual se articulaba la vida y la economía de sus habitantes. España todavía tiene 15.000 kilómetros de travesías.


Desde siempre la vida, la economía, el comercio y la prosperidad de las ciudades han sido y son realidades ligadas a la movilidad y a la existencia de los caminos. Por los caminos llegaban y salían viajeros y se intercambiaban todo tipo de mercancías y bienes y fue gracias a estos caminos como se extendieron los avances técnicos, el conocimiento y los movimientos culturales y artísticos.

En definitiva a través de los caminos llegó la civilización a Europa y a España y de esta forma las urbes más prósperas fueron, y de alguna forma continúan siéndolo, aquellas mejor posicionadas geográficamente y que mejores y más numerosas conexiones tienen.

España desarrolla sus carreteras en el siglo XIX.

En 1761 un decreto obligaba a construir «caminos rectos y sólidos» que facilitaran el comercio entre las distintas provincias. Ello hizo que durante el reinado de Carlos III se diseñara en España una primera red radial de cuatro vías principales, a las que se sumaron dos más: el camino Madrid-Francia por Irún y el camino Madrid-Badajoz-Frontera portuguesa.

Pero fue tras la derrota de las tropas francesas cuando se aceleró la construcción de una «moderna red de carreteras». El principal motivo era comunicar Madrid, sede de la corona y de la corte, con el exterior, pero también lo era promover el comercio y el desarrollo económico de todo un país desolado tras la guerra.

En 1855 ya existían en funcionamiento más de 13.300 kilómetros de vías pavimentadas, de los cuales un 66% eran tramos de carreteras generales y el resto eran itinerarios de carreteras transversales.

Ya en 1926 se aprobó la creación del Circuito Nacional de Firmes Especiales, una iniciativa cuyo objetivo era adaptar las carreteras españolas al tráfico de vehículos automóviles. Inicialmente se establecieron unos 7.000 kilómetros de itinerarios que conectaban los principales núcleos de población, estableciéndose el rango de carreteras de primero, segundo y tercer orden.

Fue tras la Guerra Civil cuando las carreteras españolas pasaron a clasificarse como nacionales, comarcales y locales, creándose un total de seis «nacionales radiales» con origen en la Puerta del Sol (Madrid).



Surgen las travesías.

Decíamos que el desarrollo económico, comercial y cultural de las ciudades llegó de la mano de los caminos y de las carreteras y precisamente por esta misma razón todas las ciudades, grandes, medianas y pequeñas, fueron creciendo alrededor y a lo largo de estas carreteras.

Y a medida que las ciudades iban creciendo en tamaño surgió una realidad  que a día de hoy continúa existiendo: las travesías. Según las leyes de tráfico se considera «travesía» a todos aquellos tramos de carretera que discurren por poblado en más de 2/3 de su recorrido, que presentan edificaciones consolidadas en ambos márgenes, donde existe un entramado de calles que desembocan en la carretera y donde el tráfico urbano se mezcla con el tráfico interurbano de media y larga distancia.

Según los últimos datos en España existen unos 15.000 kilómetros de travesías (20.700 si sumamos los tramos que atraviesan polígonos industriales) que afectan a unos 8.100 municipios. 

En nuestro país las travesías, tramos de carretera que se encuentran sujetos a normas urbanas de circulación, tienen una media de longitud de 565 metros. 

Las «variantes» acaban con muchas travesías.

Antes de la construcción de las modernas autovías, que ya no pasan por ningún lugar habitado y que agilizan la movilidad personal y que facilitan los intercambios de bienes y mercancías, la primera solución a las travesías fueron las famosas «variantes».

De esta forma el tráfico en las capitales de provincia y también en muchas ciudades dejó de transcurrir por su casco urbano, para realizar un movimiento de circunvalación que evitaba atascos, contaminación e innecesarios riesgos para ciudadanos y vehículos.

Pero esta estrategia externalizadora del tráfico también motivó un cambio en los hábitos de vida y una reorganización de buena parte del tejido comercial e industrial de las ciudades, que durante muchos años habían convivido con las travesías y convertido en razón económica a los vehículos y a los conductores que por ellas transitaban.



Las travesías en la economía local.

Durante mucho tiempo, antes de que se impusieran conceptos modernos como bienestar medioambiental, seguridad vial y calidad de vida, las travesías eran para muchas ciudades un motor económico fundamental y un eje alrededor del cual giraba el día a día de sus habitantes.

Hay que tener en cuenta que cuanto más importante fuera la travesía más importante era su impacto en la vida local, por cuanto vehículos y conductores precisaban de todo tipo de suministros, avituallamientos y servicios, generando con ello una actividad económica difícil de suplantar. 

En la actualidad las travesías que continúan existiendo ya no tienen a nivel económico la importancia que tuvieron en un determinado momento, sobre todo porque ya no existen travesías en ciudades importantes y la mayoría transcurren por pequeños núcleos de población.

Desde el punto de vista de la seguridad vial la DGT aborda actualmente las travesías a través de la bautizada como Estrategia T, un plan integral con el que se pretende encontrar y poner en marcha fórmulas que permitan reducir la siniestralidad en este tipo de vías.

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